La Vanguardia del dia 11/11/10
El domingo en que el templo de la Sagrada Família se vistió de solemnidad vaticana para ser dedicado al culto por el Papa de Roma, la elaborada liturgia prevista llevó a escena a siete religiosas que, con gran esmero, limpiaron el altar y pusieron los manteles. La imagen de las monjas realizando esa tarea rodeadas de varones inmóviles ha causado impacto en la sociedad catalana, y ha provocado malestar entre muchos católicos ycatólicas, que ven en la escena una metáfora visual del exiguo papel que la Iglesia católica concede a las mujeres
Las protagonistas, pertenecientes a una orden religiosa denominada Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote, no lo ven de esa manera, y afirman no comprender el porqué de tanto revuelo. “Para nosotras fue un regalo, fue llevar nuestra labor cotidiana a un momento muy solemne; lo hicimos encantadas, con entusiasmo y con ilusión”, sostiene Antonia Cano, madre superiora de una pequeña comunidad de esta orden que cuida la sacristía de la catedral de Barcelona. En la catedral son cuatro religiosas –dos españolas y dos mexicanas–, tres de las cuales subieron al presbiterio de la Sagrada Família en la misa del domingo, acompañadas por cuatro hermanas que acudieron de Valencia para la ocasión. Inicialmente, su cometido en la misa papal de la Sagrada Família consistía en preparar y disponer todo lo necesario para la liturgia (cáliz, vinajeras, patena, copones, manteles...), y en supervisar el mobiliario y utillaje de la habitación de la planta baja en la que Benedicto XVI debía revestirse para la ceremonia. Pero el miércoles pasado, cuatro días antes de la celebración, el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, decidió que ellas se ocuparan también de colocar en el altar los manteles, que habían sido cosidos por las benedictinas del monasterio barcelonés de Sant Pere de les Puel•les.
Según el ritual de dedicación al culto de una iglesia, el oficiante –en este caso el Papa– unge el altar con crisma, una mezcla de aceite y perfumes para uso sacramental. Luego, el altar es incensado. “Terminada la incensación, unas religiosas secan la mesa del altar y colocan un lienzo impermeable –se lee en el misal editado para la ceremonia del domingo en la Sagrada Família–; luego cubren el altar con un mantel”.
Cuando llegó ese momento, las siete religiosas de Cristo Sacerdote subieron al presbiterio. Se había derramado aceite en el suelo, y algunas de ellas tuvieron que agacharse para limpiar esas gotas, haciendo involuntariamente que la imagen resultase aún más punzante para muchos telespectadores. “¿Pero por qué se fijan sólo en ese acto de limpiar? Era una liturgia maravillosa, tendrían que informarse y estudiarla antes de hablar sobre eso –reprocha la madre superiora, una madrileña que lleva año y medio en la catedral de Barcelona–. Lo que hicimos fue un honor para nosotras, lo hicimos con gozo y gratitud al Señor, no porque estuviera el Papa, porque lo importante es la acción directa para el Señor”. Ellas recalcan que viven su cercanía al altar como un privilegio. La orden a la que pertenecen, fundada en 1927 en Irun por el sacerdote vasco José Pío Gurruchaga, se dedica a la atención al culto divino, es decir, “acuidar todo lo necesario para la acción litúrgica de la Iglesia”, según Antonia Cano. Eso implica “cuidar los ornamentos, las casullas y albas, los cálices, los copones...; los colocamos en los altares, en la credencia y en el sagrario; y nos ocupamos de que todo esté en condiciones para la celebración de la misa”, explica la madre superiora en la sacristía de la catedral. Con la excepción de los 300 copones de cerámica realizados por las benedictinas de la abadía de Sant Benet, en la montaña de Montserrat, todos los vasos sagrados que se utilizaron en la misa papal proceden de la catedral, y las hermanas están acabando de guardarlos bien. La congregación, que cuenta con unas 200 religiosas en España, lleva 56 años en la seo barcelonesa. Tiene también casas en México, Argentina e Italia. En puridad, y aunque estas monjas se centran en la atención al culto, realizan otros servicios parroquiales, como llevar la comunión a enfermos y atender a los monaguillos. “El canónigo Gurruchaga fue un gran promotor de las misiones, la liturgia y la línea de colaboración de las mujeres en la Iglesia –arguye el sacerdote Josep M. Martí i Bonet, canónigo de la catedral–. Estas religiosas quieren ser las auxiliares de Cristo en el servicio del culto divino, especialmente en iglesias catedrales y parroquiales. Se consideran,amimodo de ver, una especie de restauración de las diaconisas que tantos servicios prestaron en la Iglesia primitiva”. Con nostalgia de las diaconisas habla también la hermana María de la Luz Olvera, mexicana de Querétaro, atareada en la sacristía catedralicia: “Son recuerdos históricos que se están perdiendo, pero las mujeres de la Iglesia primitiva tenían mucha presencia en la liturgia”. Cuenta esta religiosa que más de un feligrés le ha preguntado por la limpieza del altar durante la ceremonia del domingo. “Pero si en el trabajo de cada día lo que menos hacemos es limpiar”, protesta.
Según el ritual de dedicación al culto de una iglesia, el oficiante –en este caso el Papa– unge el altar con crisma, una mezcla de aceite y perfumes para uso sacramental. Luego, el altar es incensado. “Terminada la incensación, unas religiosas secan la mesa del altar y colocan un lienzo impermeable –se lee en el misal editado para la ceremonia del domingo en la Sagrada Família–; luego cubren el altar con un mantel”.
Cuando llegó ese momento, las siete religiosas de Cristo Sacerdote subieron al presbiterio. Se había derramado aceite en el suelo, y algunas de ellas tuvieron que agacharse para limpiar esas gotas, haciendo involuntariamente que la imagen resultase aún más punzante para muchos telespectadores. “¿Pero por qué se fijan sólo en ese acto de limpiar? Era una liturgia maravillosa, tendrían que informarse y estudiarla antes de hablar sobre eso –reprocha la madre superiora, una madrileña que lleva año y medio en la catedral de Barcelona–. Lo que hicimos fue un honor para nosotras, lo hicimos con gozo y gratitud al Señor, no porque estuviera el Papa, porque lo importante es la acción directa para el Señor”. Ellas recalcan que viven su cercanía al altar como un privilegio. La orden a la que pertenecen, fundada en 1927 en Irun por el sacerdote vasco José Pío Gurruchaga, se dedica a la atención al culto divino, es decir, “acuidar todo lo necesario para la acción litúrgica de la Iglesia”, según Antonia Cano. Eso implica “cuidar los ornamentos, las casullas y albas, los cálices, los copones...; los colocamos en los altares, en la credencia y en el sagrario; y nos ocupamos de que todo esté en condiciones para la celebración de la misa”, explica la madre superiora en la sacristía de la catedral. Con la excepción de los 300 copones de cerámica realizados por las benedictinas de la abadía de Sant Benet, en la montaña de Montserrat, todos los vasos sagrados que se utilizaron en la misa papal proceden de la catedral, y las hermanas están acabando de guardarlos bien. La congregación, que cuenta con unas 200 religiosas en España, lleva 56 años en la seo barcelonesa. Tiene también casas en México, Argentina e Italia. En puridad, y aunque estas monjas se centran en la atención al culto, realizan otros servicios parroquiales, como llevar la comunión a enfermos y atender a los monaguillos. “El canónigo Gurruchaga fue un gran promotor de las misiones, la liturgia y la línea de colaboración de las mujeres en la Iglesia –arguye el sacerdote Josep M. Martí i Bonet, canónigo de la catedral–. Estas religiosas quieren ser las auxiliares de Cristo en el servicio del culto divino, especialmente en iglesias catedrales y parroquiales. Se consideran,amimodo de ver, una especie de restauración de las diaconisas que tantos servicios prestaron en la Iglesia primitiva”. Con nostalgia de las diaconisas habla también la hermana María de la Luz Olvera, mexicana de Querétaro, atareada en la sacristía catedralicia: “Son recuerdos históricos que se están perdiendo, pero las mujeres de la Iglesia primitiva tenían mucha presencia en la liturgia”. Cuenta esta religiosa que más de un feligrés le ha preguntado por la limpieza del altar durante la ceremonia del domingo. “Pero si en el trabajo de cada día lo que menos hacemos es limpiar”, protesta.
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