Pilar Rahola, La Vanguardia del dia 09-11-10, pàgina 23
Varias reflexiones, al albur del histórico viaje de Benedicto XVI a Barcelona. La primera, el éxito. Un éxito sin paliativos, por mucho que se intente tirar agua descreída a tan sacro vino.
Ciertamente no sé si los miles de personas que había en las calles eran menos de las esperadas, pero los datos de audiencia de la televisión son muy rotundos. Que el 33% de la audiencia televisiva estuviera viendo una misa que duró tres horas, más el ángelus, significa un nivel sólo equiparable al fútbol. Por supuesto, debió de ayudar la magnífica realización que hizo TV3, de una belleza plástica extraordinaria, pero la paciencia de tres horas requiere algo más que belleza, requiere convicción. Y aguantó el 33% de media. Quizás el éxito de una visita de estas características, en pleno siglo XXI, tiene más que ver con la televisión que con la calle. Además hay que sumar el éxito internacional que este acontecimiento significa tanto para la Sagrada Família como para la propia Barcelona, cuyos ingresos turísticos no dudo que aumentarán sensiblemente. Incluso, por tener, hasta han tenido éxito los contrarios a la visita, que han podido gozar de su minuto warholiano de gloria en los periódicos de medio mundo. Por cierto, ¿es necesario ser hortera para protestar contra el Papa? Por supuesto no me refiero a todas las protestas, pero algunas parecían más una pasarela de vulgaridad que una protesta cívica. Más allá de esta cuestión, queda lo espiritual de la visita, las declaraciones y las polémicas. En este sentido, algunas cosas. Una, que no entiendo los aspavientos porque el Papa defienda un modelo de familia o esté contra del aborto. ¿Qué nos esperábamos? ¿Un papa hippy? Escandalizarse porque el líder de una gran religión preserva su ortodoxia más allá de los tiempos es no entender nada de su papel. Otra cosa sería que la ortodoxia religiosa hiciera las leyes, pero ahí está precisamente la modernidad, que ha puesto a cada Dios en su casa y a la ley en la de todos. Por supuesto, este gran mamut que tiene dos mil años de historia va muy lento con los cambios, pero ello es una cuestión que atañe a los católicos, que ya están con sus cuitas desde hace tiempo. Aunque lógicamente no es de recibo el papel relegado que la Iglesia otorga a la mujer, y queda como metáfora la lacerante imagen de las monjas limpiando el altar. Y la gratuïta polémica sobre los años treinta es un patinazo –o un roucovarelazo– que nos podríamos haber ahorrado. Pero con todo, Ratzinger deja tras su paso una Sagrada Família engrandecida, una comunidad católica emocionada y un debate abierto sobre el papel de las religiones en la sociedad moderna que es muy necesario. Y sobre ello ha dicho cosas interesantes. En definitiva, un viaje positivo para los creyentes, interesante para los descreídos y positivo para la ciudad. Ojalá otros líderes religiosos aportaran tanto
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada