A menudo se producen choques educativos entre padres y abuelos, pues como dice el refrán: «Cada maestrillo con su librillo.» Otras veces es muy doloroso para los abuelos observar impotentes, mordiéndose la lengua, el mal comportamiento de sus nietos, ante la pasividad de sus padres. Además, con recochineo, porque son progenitores que ríen todas las gracietas de sus indolentes vástagos.
¿Y a qué conducen estas desavenencias educativas? Pues a que el pequeño crezca con exceso de orgullo, despótico y todopoderoso, con el riesgo de convertirse en un niño tirano.
Para que un niño tirano se imponga a toda la familia es necesario que tenga algún cómplice, es decir que de alguna manera ha de estar subido a los hombros de alguno de los adultos que lo rodean.
Padres y abuelos han de estar atentos a un peligro: el de no tener nunca un no para su vástago o para su nieto («¡No vaya a ser que se traumatice, pobrecito!»). Y a base de no negarle nada y complacerlo en todo, van construyendo la despótica plataforma que luego servirá al hijo para subirse a ella y maltratarlos.
Vean, pues, lo fácil que es fabricar a un niño tirano… Y lo difícil es luego desmontar su aterrorizador tinglado. Créanme: no dimitan nunca los padres de su autoridad parental, ni ustedes, abuelos, de su abuelicidad y ambos nieguen cosas al niño tantas veces como sea necesario. Prodiguen, desde bien pequeños, las consabidas advertencias: «¡Niño, eso no se toca, eso no se dice, eso no se hace! », porque la frustración también educa, señores padres y abuelos.
Dr. Paulino Castells
(Queridos abuelos, Ediciones Ceac.
Estimats avis, Ed. Columna)
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