El posat en groc no té altre finalitat que remarcar el que més m'ha cridat l'atenció
Viví el 68 y estudié Políticas con la pasión con que un seminarista estudia Teología. Aún investigo la posibilidad de creer. Nací en Turín y fui educado sin fe. La política es una cosa sucia, pero no es sólo una cosa sucia. He escrito sobre el milagro de Calanda, que me apasiona. Acaba de publicar "Por qué creo"
Viví el 68 y estudié Políticas con la pasión con que un seminarista estudia Teología. Aún investigo la posibilidad de creer. Nací en Turín y fui educado sin fe. La política es una cosa sucia, pero no es sólo una cosa sucia. He escrito sobre el milagro de Calanda, que me apasiona. Acaba de publicar "Por qué creo"
El tesoro en el barro
¿Y la pederastia en la Iglesia –pregunto– y sus riquezas materiales y sus miserias espirituales?
YMessori razona: “Creer en algo, todo el mundo cree; creer en Dios ya no es tan fácil y creer en Jesucristo es más difícil, pero creer en la Iglesia, creer en los curas... ¡Es casi imposible! La Iglesia es una realidad ambigua: es un tesoro dentro de una vasija de barro. Lo que cuenta no es lo que vemos: el tosco fango de la vasija; sino el tesoro interior, que son los sacramentos. Pero si crees en la reencarnación, sabes que Cristo ha querido confiar su Iglesia a los hombres hasta su retorno, pero sólo son eso –hombres– y esa parte humana y visible de la Iglesia no es, en absoluto, entusiasmante”.
Trato de demostrar que ser cristiano no es ser un cretino
Antes el anticatolicismo tenía raíz marxista, pero hoy –caído el Muro– es de vocación radicalmente liberal. Vivimos la dictadura de lo políticamente correcto que ampara a todas las minorías: desde los minusválidos hasta la más remota tribu o la más ignota especie de insecto amenazada...¿Y eso le molesta a usted...?
Sólo porque esa protección excluye a tres grupos a los que, a cambio, se debe machacar: fumadores, cazadores... ¡y católicos!
Aquí puede usted añadir los taurinos.
No soy cazador, pero soy fumador y católico. Por eso me propuse, desde que alcancé la fe, demostrar que cristiano no es sinónimo de cretino, pese a que lo pretendan.
¿Quiénes?
En especial una legión de ex curas autores de toda una categoría de libros, el anticatolicismo, que lavan así su pasado ante esa inquisición de lo políticamente correcto.
Deme nombres.
Hay un matemático ex seminarista a quien llaman siempre para que nos enfrentemos en las tertulias mediáticas: este señor siempre trata de demostrar que el mero hecho de ser creyente presupone que eres directamente un cretino.
¿Y usted qué argumenta?
Soy católico, pero no soy un beato: tengo muchos defectos y cometo muchos pecados, pero no soy un cretino, porque, desde los seis añitos en que fui a la escuela hasta ahora, no he dejado de intentar aprender.
Además, goza usted del favor papal.
Yo no era católico. Estudié Políticas en Turín y en pleno Mayo del 68 convertimos la política en religión, hasta que descubrí la fe.
¿Cómo?
Relato mi conversión en 500 páginas... No querrá que se la resuma en tres palabras.
Para eso estamos los periodistas.
Digamos que siempre he intentado explicar que la razón no excluye la fe, sino que conduce a la fe. Para tener fe, no hay que renunciar a razonar, sino al contrario: es la razón la que –si la utilizas bien– te guía a la fe.
¿Cómo?
Yo tuve una educación racionalista y para llegar a la fe tuve que refutar el racionalismo como ideología, pero no la razón. Lo dice el propio Pascal: es la razón bien empleada la que te lleva a aceptar el misterio.
¿Cómo fue su entrevista con el Papa?
Me llamó Navarro Valls: “Vittorio: el Santo Padre quiere verte mañana”.
¿Por qué usted?
El Papa leía mis columnas en el Avvenire y le gustaban mucho, así que me eligió para hacerle la primera entrevista televisiva...
¡Qué oportunidad!
¡Televisiva! Ese no era mi medio. Yo soy un periodista de papel, no de televisión. Así que, sintiéndolo mucho..., quise negarme.
¿Y...?
Navarro me obligó a ir a ver al Papa a Castelgandolfo. Así que fui con Pupi Avati...
¿El director de cine?
... Para cuidar la puesta en escena. La guardia alertó: “Il Santo Padre!” y se cuadró cuando Juan Pablo II entró en el precioso salón barroco de audiencias, pero él nos llevó a su cuarto, que reproducía un sencillo hogar polaco, impregnado de tufo a coliflor.
¿Le convenció Juan Pablo II?
Dio un puñetazo en la mesa y accedí. Me pidió que le enviara 30 preguntas por fax.
¿Qué le preguntó usted?
Nada sobre homosexualidad o el matrimonio de los curas... Yo le pregunté sobre la raíz de la que depende todo lo demás: la fe.
Por ejemplo...
“Usted, Santidad: ¿cree en el Evangelio verdaderamente?”.
No está mal: preguntar al Papa si cree.
Detesto la banalidad de los vaticanistas... Lo importante es la fe, principio de cualquier moral, y hoy está amenazada, porque, sin fe, la moral católica y su prohibición del aborto, la eutanasia... serían mera imposición.
Reaccionaria y arbitraria.
Sí, porque sin fe es normal que la gente se rebele contra las prohibiciones de los curas como me rebelaba yo antes de alcanzarla.
¿Qué noticias tuvo del Papa?
Me llamó Navarro y me dijo que al final había decidido anular la entrevista y canté un tedeum aliviado. Al cabo me llamó “para invitarme a pizza” y trajo una bolsa de plástico llena de papeles. Eran las respuestas del Papa a mis preguntas de su puño y letra: Cruzando el umbral de la esperanza”.
Un best seller universal.
“Han pagado –me confío– 10 millones de dólares por los derechos en 53 idiomas”. El libro salió en octubre y en Navidad ya habían vendido 20 millones de ejemplares.
Usted ya había escrito otro best seller.
Informe sobre la fe, en 1985; con el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Me costó mucho convencerle de que aceptara. Aquel fue un libro de información y el de Juan Pablo II era de meditación.
¿Por qué quiso entrevistarlo?
Nos unía –y une– nuestra preocupación por el nexo entre razón y fe: “La fe –decía– se extingue en Occidente como una vela a la que se le acabó la cera”. De esa preocupación nació el Informe; hoy considerado el hito que puso fin al debate posconciliar.
Ratzinger no era popular entonces.
¡Recibí amenazas! De los mismos que pedían pluralismo en la Iglesia, pero también las gracias de quienes lo leyeron aliviados al ver que no eran lefebvrianos.
LLUÍS AMIGUET
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